Ser madre implica una infinidad de motivos y acciones que van apareciendo en el camino, tenemos la dicha de tener un nuestras entrañas a unos seres pequeñitos llenos de ilusión, inocencia y luz…. El primer paso es su nacimiento.
Han pasado 4 meses desde que Emmanuel vio por primera vez a mamá y papá, junto con su hermano Luciano Tomás… fue un nacimiento en casa.
Con mi esposo habíamos estudiado y leído sobre el tema, y acordamos que el mejor lugar debe ser un ambiente tranquilo, lleno de paz y amor, el hogar era el más indicado. Sin embargo, para mi esposo aún quedaba dudas y para ello hicimos una búsqueda exhaustiva para encontrar al profesional con título en ginecología y obstetricia, que comparta nuestra visión y sobre todo esté a favor del parto vaginal después de cesárea (PVDC).
Finalmente, encontramos a una ¨doctora ginecóloga-obstetra¨ que nos aseguró que tenía mucha experiencia en partos humanizados y por supuesto PVDC. La labor de parto se podría realizar en la clínica donde trabajaba ella o en casa, contaba con los seguros médicos incluso del IESS y con la asistencia de un pediatra que podría venir a casa o en la clínica si decidíamos acudir ahí. Era justamente lo que habíamos estado buscando, y lo que yo había escrito en mi Plan de Parto, todo coincidía en su totalidad, por lo que la contratamos.
Eso dio la apertura para que todo esté listo para mi PVDC como plan A y si algo llegase a ocurrir la ¨doctora¨ sería la que se encargaría para trasladarme a la clínica, y hacer la cesárea respectiva (plan B).
Obviamente, tenía que contar con la asistencia de una doula. La mejor decisión que tomé fue pedir a la partera, que consulté durante la mitad de mi embarazo, información para conocer y empoderarme sobre el parto en casa. Una mujer con experiencia que ha trabajado con PVDC, su nombre es Soraya y aceptó ser la doula o asistente.
Ambas iban a acompañarme en mi labor de parto en casa para traer al mundo a mi segundo milagro.
Llegué a la semana 39 y 4 días… y desde la medianoche del 12 de enero, empecé a sentir las contracciones, dolores cada vez más fuertes que provocan que el tapón mucoso se desprendiera. Había iniciado la labor.
No pude dormir ni descansar esa noche, una incomodidad por los cólicos y escalofrío a la vez, siempre con la esperanza que todo iba a salir bien. Amaneció y Soraya estuvo ahí! acompañando y asistiendo en cada dolor, con compresas, palabras, alimento y respiración. Una mujer empática que sabía y entendía plenamente cada faceta en la que me encontraba.
Nunca había sentido tantas horas de dolor… la primera fase de la labor de parto la denomino nostalgia, sensibilidad y debilidad. Un intenso calor en mi cuerpo se iba proyectando cada vez más fuerte, no quería moverme, quería estar recostada y cobijada… sola en mi propio refugio… en mi cueva…. mi habitación. En silencio, caliente, oscura… sólo acompañada por quien me protegía.
Era necesario que esa etapa la pasase así por horas, para empezar a recobrar fuerzas y entrar en la segunda fase que se caracterizó por furia, rudeza y fiereza mamífera. Una energía cósmica que debe florecer y expresarse para que se produzcan las contracciones.
Mi esposo siempre pendiente en asistir a Soraya. Con su comprensión y silencio… yo me sentía respaldada y fuerte, él hizo las veces de doula.
Como toda una mamífera, el instinto animal cobijaba mi mente y espíritu, para recibir las contracciones cada vez mayores y seguidas. Mi cuerpo con firmeza aceptaba cada una y el dolor disminuía. Esa es la clave, la ACEPTACIÓN.
Minutos o segundos en reposo, e inmediatamente venía la siguiente contracción, mi cuerpo asimilaba con aceptación, no había forma de detener o suprimir. Todo el proceso el cuerpo lo realiza, es una función fisiológica innata, imparable, mágica, una experiencia que toda mujer debe pasar.
La fiera estaba presente y las dilataciones aumentaban.
Furia animal de una madre que está por parir, con todo la energía del universo que la acompaña… y fue así que en menos de dos horas había pasado a la etapa culminante.
Finalmente entre al ciclo de resignación, aceptación y fortaleza.
Tiempo de fuego, ardor y consumación final, la dragona había despertado.
Al igual que una batalla, la lucha de mi cuerpo, por los miedos, ideas y finalmente aceptación, descubrí el poder del cuerpo, la energía femenina al máximo y su fortaleza.
EMM llegó a mis brazos como lo había anhelado, en posición vertical, en una tarde, sin inducciones ni presiones, junto a mi esposo e hijo, como en épocas pasadas medievales al calor del hogar.
El apego inicial se dio, fue directo a mis brazos y empezó a lactar; yo sentía su cordón umbilical sujeto a mi ser. Que maravilla saber que las charlas que asistí de El Parto es Nuestro, las sesiones con Soraya y vasta literatura que había leído junto con los consejos de Susana, Danny, María Belén, María José, René, Alexa y Ceci fueron los pilares para empoderar, alimentar y reafirmar mi mente, espíritu, corazón y cuerpo de que todas las mujeres tenemos el privilegio de dar a luz, nacemos con ese don innato, y es debido a ello que podemos elegir dónde y cómo parir. Agradezco de todo corazón.
Nuestro cuerpo es el que realiza toda la labor sin ayuda de ninguna medicina o sustancia externa, menos aún de un galeno que te indique en qué momento pujar o expulsar. El cuerpo conoce los tiempos y movimientos, tenemos la fuerza y voluntad de hacerlo, en el lugar que escojamos, acompañadas de nuestros seres queridos y en la posición que deseemos.
A todas esas madres que han tenido una cesárea innecesaria, y que se sienten frustradas porque no pudieron dar un parto natural, les comparto mi experiencia para empoderarlas y decirles que nuestro cuerpo siempre está preparado para dar a luz, que somos mamíferas y que nuestra fortaleza radica en nuestro útero; sólo debemos creer y confiar en él.
J. Tatiana Toro Serrano
Pd: La ¨doctora¨ que contratamos nunca llegó a mi parto, a pesar de llamarle y decirle que me encontraba en labor de parto, llegó horas más tarde sorprendida. Mi corazón me dice que no debía estar ella ahí, una mujer negligente, negociante e insegura, sin convicción y palabra; que dudó de mi capacidad de dar a luz natural, por ello el espacio y tiempo no podía ser interrumpido. Ella no debía estar ahí.