No sé desde cuándo uno se siente papá, me imagino que cada uno lo sabe, para algunos es desde que ves dos rayitas en la prueba de embarazo, otros desde que tienen a su bebé en brazos, en fin, a mí me pasó cuando escuché por primera vez el latido acelerado de un pequeño ser creciendo en la panza de su madre, ese primer latido decidió que no era el momento de venir a compartir con nosotros y aunque muy breve, me provocó sensaciones y sentimientos de la paternidad, desde aquel entonces he tenido la suerte de poder experimentar otras tres primeras veces de escuchar un acelerado latido de una vida formándose, todas las veces las lágrimas han salido, expresando una mezcla de alegría, adrenalina, miedo, nervios, una montaña rusa de emociones que van creciendo y que explotan en clímax el momento del primer encuentro cara a cara.
Cuando pienso cómo me ha cambiado la paternidad, puedo encontrar temas profundos como por ejemplo, mis hijos me han enseñado a entender mucho mejor a mis padres, han hecho que los ame más de lo que ya lo hacía, pero sobre todo a aceptarlos como son, sin juzgar (tanto), entendiendo que ellos lo hacían y lo hacen lo mejor posible, con las herramientas que tenían y que tienen a su disposición, pero siempre con las mejores intenciones y con un amor infinito e incondicional. Claro también pienso en temas más mundanos, en esta época de cuarentena, que muchos te dicen lo duras y extensas que están las jornadas de teletrabajo y el poco descanso que tienen, yo solo pienso que llevo casi siete años de entrenamiento, el sueño y el descanso son perfectos extraños desde que eres padre. Automáticamente desarrollas ese sentido arácnido que te mantiene en una vigilia constante, entonces al menor ruido te despiertas y si ese ruido resulta ser la voz de alguno de los hijos, con la misma agilidad del Hombre Araña ya estás junto a ellos viendo qué ocurre y cuál es el problema, en este punto me guío y me resigno completamente con la sabiduría de mi madre, que dice que los primeros seis meses con hijos son duros, el resto de la vida es durísimo (qué se le va a hacer ;).
Si vamos a particularidades, les puedo contar que mi hija mayor me enseñó sobre todo la paciencia, desde que crucé esa primera mirada con sus ojazos de noche profunda y le di la bienvenida, el tiempo se ralentizó, antes era un tipo realmente impaciente, quería que las cosas sucedan ya, vivía pensando en el futuro (casi siempre apocalíptico) y lo analizaba desde el pasado, mi hija me enseñó a disfrutar 100% el presente, a vivir el momento, el carpe diem, el estar en el ahí y en el ahora, con alegría les puedo contar que siento que mis hijos no crecen rápido y no se imaginan el alivio que tengo de eso, de poderlos disfrutar al máximo, ahí conmigo, todavía necesitándome para que les abrace, les dé de comer, los cargue, les lea un cuento, acompañarles al baño (sí también disfruto de eso, la mayoría de padres comprenderán la energía y adrenalina que uno recibe cuando escuchas las palabras mágicas “papi pipi o papi caca”, Usain Bolt se vería en aprietos frente a las velocidades que uno toma en esas situaciones). Estos seis años y pico han pasado lento y cómo he disfrutado de que así sea.
El segundo hijo me está enseñando (en efecto aún estoy en etapa de aprendizaje) que la vida hay que disfrutarla al máximo, pero de verdad, no sólo como una declaración al viento. Sus emociones son superlativas, cuando ríe es a carcajadas, cuando se enoja su furia es de proporciones bíblicas, corre sin importar obstáculo alguno, o cuando va en bicicleta (la suya, la de la hermana, con pedales o sin ellos) y no es sino hasta el último segundo antes de estamparse contra algo que curva o que frena, desde que tomó su primera bocanada de aire entre mis manos ha vivido así, tal vez sea porque de sus hermanos fue quien más luchó para nacer, pero se le midió al reto y lo logró; eso es algo que yo todavía estoy aprendiendo, su energía frente a la vida y su capacidad de asombro, algo que generalmente los adultos perdemos, él en cambio tiene una capacidad de mirar un cielo celeste con nubes, emocionarse y a punta de gritos declarar “mira, qué hermoso!!!!”, no recuerdo la última vez que me haya maravillado de algo que consideremos tan cotidiano y que damos por sentado, así que cada día trato de absorber un poquito de esa energía y de esa capacidad de asombro y disfrutar cada vez más de esta vida y sus maravillas grandes y pequeñas.
El tercer hijo es otro cantar, su nacimiento fue veloz, fácil y hasta ahí sin mucho trámite, por cuestiones que no vienen al caso, en su primera noche fuera de la panza terminamos solo los dos, yo abrazándolo para que se sienta totalmente protegido y él aferrándose con su diminuta mano a mi dedo, me imagino que desde entonces su instinto le dice que debe adaptarse para sobrevivir y avanzar a pasos adelantados, asumo que de ahí sale su tenacidad, ojo mis otros hijos también eran y son intensos, pero el nivel que demuestra el benjamín de la familia es otro nivel, a eso hay que sumarle que lo hace con un ánimo y generalmente con una sonrisa que conquistaría al mismísimo Rey de la Noche (Game of Thrones). Me quedan claras dos cosas: la primera es que el desconocimiento de los límites que tiene mi hijo, es su mayor fuente de poder para intentar lograr lo que se propone una y otra vez, entonces me lleva a pensar que muchas veces los límites nos los ponemos nosotros mismos y que muchas de esas veces los límites solo existen en nuestra mente, es algo duro y complejo de digerir y mucho más fácil de decir que de hacer, pero es algo en lo que es necesario trabajar y superar. La segunda cosa que me queda clara es que muchas veces me olvido del poder que tiene una sonrisa, la buena energía que eso trae y que proyecta, el día a día, las rutinas, las preocupaciones, nos ganan y normalmente eso termina en una rigidez innecesaria, mientras que una sonrisa puede cambiar tu día y el de las personas que están contigo, la vida siempre va a ser más llevadera con una sonrisa por delante.
Como pueden leer, la paternidad para mí ha resultado en un constante aprendizaje, es una historia que no tiene fin, para la cual nadie está 100% preparado, así leas libros y libros o te cuenten cientos, miles de historias sobre cómo lidiar con el adorado tormento que son los hijos, solo cuando llega el momento de la verdad es que sabes de qué se trata, porque el ser padre es una historia personal, que nadie más puede escribirla o protagonizarla por ti, sólo tú decides cuánto y cómo te quieres involucrar. En mi caso, cuando tuve ese primer cruce de miradas, esa primera bocanada y ese primer apretón de dedo, me invadieron miedos que nunca antes había sentido, tomar conciencia que eres responsable de cuidar y guiar a esas personitas que nacen totalmente indefensas y que dependen por completo de sus madres y padres para sobrevivir y que a pesar de los años buscarán refugio y guía contigo, es una responsabilidad de palabras mayores, que asusta al más parado. Sin embargo, casi al mismo tiempo que esos miedos, también se despertaron un amor infinito y un instinto que te calman y te dicen en lo más profundo de tu ser que lo harás bien, que confíes en ti mismo, porque esas vidas te han escogido a ti, porque eres la mejor opción para ser su padre y esa sensación supera ampliamente cualquier miedo, así que te pones tu traje de súper héroe, te abrochas el cinturón y estás listo para uno de los mejores y más emocionantes viajes de tu vida: ser papá.
Cesar Castro