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La Placenta, la raíz de tu origen, es un órgano milagroso que comparte y protege tu vida. Es el hilo conductor que te une con tu madre y hace de panel de control del vientre-buque que te mantiene hasta que naces. Fue concebida en el momento de tu creación. Tu Placenta es genéticamente exacta a ti. Aunque compartes algo de la identidad genética de tus padres, a menos que tengas un hermano gemelo monocigótico (idéntico), nada ha sido nunca tan perfectamente exacto a ti excepto tu Placenta.

La reproducción sexual, el acto de crear nueva vida, solo funciona porque existe la Placenta. Como mamíferos, nos reproducimos sexualmente, así que el sexo es el azulejo más rojo y más cálido en el mosaico de nuestra vida terrenal, y la Placenta es el mandala que está en el centro de ese milagro.

Históricamente, los relatos de nuestra creación nos hablan de la Madre Tierra dando a luz al mundo: su fluido amniótico se convirtió en océanos, y la Placenta se convirtió en el Árbol de la Vida. Ello demuestra cuán esencial es la Placenta para nuestra supervivencia y cuán imbuida está en nuestra psique. De acuerdo con la Teoría del Caos, los sistemas dinámicos son sensibles a las condiciones del comienzo. Los seres humanos son sistemas extremadamente dinámicos, y nuestra supervivencia depende de la fortaleza de nuestros sistemas inmunológicos individuales.

La Placenta es el comandante en jefe del sistema inmunológico del bebé durante el desarrollo embrionario (es decir, la condición del comienzo). Así pues, debemos proteger las Placentas de nuestros descendientes, siendo respetuosos durante la transición hacia su nacimiento, para dar a nuestros hijos el mejor comienzo posible y proteger el auténtico cimiento de sus sistemas inmunitarios.La epigenética (el estudio de los cambios heredados en la expresión genética causados por algo diferente del ADN) está abriendo nuestras mentes a la comprensión de que la forma en la que se expresan los genes es más complicada que simplemente sumar las contribuciones genéticas codificadas en la madre y el padre. Lo que la madre come, bebe, siente y experimenta en su entorno tiene un impacto en la salud, la inteligencia y toda la manifestación genética de sus futuros descendientes. Todo ello tiene un fuerte impacto en el feto en gestación y se transmitirá también a las generaciones futuras.

La transmisión de la gestalt de las experiencias de la madre ocurre a través del cordón umbilical, y la Placenta es el órgano de síntesis. ¿Sería de extrañar que las Placentas hayan sido consideradas ángeles en muchas tradiciones? Mírate el ombligo. Indudablemente, hay una pequeña depresión o cicatriz que ha quedado del desprendimiento de tu cordón umbilical, justo en el centro de tu cuerpo. Esta es una marca permanente, un recuerdo que te hace recordar tu Placenta, que fue crucial en tu desarrollo como embrión y feto.

Sin embargo, en nuestra cultura moderna no pensamos en nuestros cordones umbilicales ni en nuestras Placentas. Hoy en día, casi todos los hospitales de occidente simplemente se deshacen de las Placentas de los bebés tirándolas como meros residuos médicos. ¿Cómo ha sido que la Placenta, algo fundamental para nuestra supervivencia y nuestro bienestar futuro, haya perdido su importancia y haya llegado a ser considerada como basura? Eso nació de una repugnante revolución en el siglo veinte empujada por el impulso de la sociedad para dominar la naturaleza, a la cual el Dr. Michel Odent, especialista en Obstetricia y en parto en agua, llama «la industrialización del nacimiento».El proceso natural de traer una nueva vida humana al mundo se convirtió en un acontecimiento médico en el que la futura madre era hospitalizada y medicada, y el bebé era extraído de ella, no parido por ella. De alguna manera, en un intento de hacer del nacimiento algo seguro, la ciencia se utilizó como medio de prevención, y el nacimiento se convirtió en un proceso apresurado de alta tecnología para rescatar al bebé del vientre de la madre.

Para los bebés, la transición hacia la vida en la Tierra se convirtió en una rigurosa sucesión de protocolos en los que se cortaba el perineo de la madre para ensanchar la vagina y acelerar el parto. El bebé, con frecuencia inerte debido a las sustancias farmacológicas suministradas a la madre durante el parto, era tratado de forma ruda, incluso colgado cabeza abajo e incluso azotado en las nalgas para estimular la respiración. Se pinzaba y cortaba inmediatamente el cordón umbilical sin prestar atención al trauma provocado a largo plazo por una repentina y violenta separación del bebé de la madre y de la Placenta. Se llevaba a la madre a una sala de recuperación para descansar mientras el bebé, que ella había llevado debajo de su corazón durante nueve meses, quedaba aislado en una cuna y alimentado con un biberón. La Placenta, la heroína de la gestación, era tirada a la basura para su incineración. El milagro, que en un tiempo perteneció a las familias, era ahora propiedad de las instituciones médicas. La ciencia médica, que cuando era bien aplicada salvaba vidas, había perdido su rumbo en el territorio de los nacimientos. La medicina se separó de la naturaleza y olvidó el respeto a la diversidad de la cultura y la tradición humanas.

De algún modo, en la aplicación de tal eficiencia, perdimos nuestra humanidad en el momento culminante y más tierno de la vida: el nacimiento de un niño.En el parto es importante asegurarse de que el bebé, la Placenta, la madre y la familia están verdaderamente preparados para cortar el cordón umbilical. Este primer corte rompe la unión física entre el bebé y su Placenta-ángel. Además, guardianes del nacimiento, creo que si es necesario cortar el cordón, hay que hacerlo con reverencia y una intención pura, ya que una vez rota la trinidad bebé-cordón-Placenta, no puede ser restaurada. Preguntad a la Placenta y al bebé: «¿Estáis de acuerdo?». Pronunciad una plegaria silenciosa pidiendo perdón por la separación provocada por el corte del cordón umbilical. ¡Tomaos el tiempo necesario! ¡Id despacio! No hay necesidad de apresurarse ni de preocuparse. Recordad: cortar el cordón no es una operación de rescate, aunque si veis hacerlo en un hospital pensaríais que lo es. De las prisas y del corte del cordón es de lo que tenemos que rescatar a los bebés.Los filósofos de todas las épocas se han preguntado dónde se encuentra el asiento del alma. ¿En el cerebro o en el corazón? Algunas culturas han postulado que el alma eterna del hombre vive en el hígado o en los riñones. Lo que yo he observado es lo siguiente: desde nuestra concepción, cada uno de nosotros hemos compartido la matriz con nuestra Placenta.

Tu Placenta creció contigo. Durante la gestación, tu Placenta os protegió a ti y a tu madre, aportando nutrientes esenciales y oxígeno y eliminando los residuos a través del laberinto de la circulación placentaria y el sistema de circulación sanguínea de tu madre, separados pero coordinados. Así pues, mi pregunta es: ¿También tienen nuestras Placentas un alma? ¿O compartimos nuestra alma con nuestra Placenta? Este libro es una investigación que ha nacido de mi fascinación, respeto e incluso amor por las Placentas. Creo en el poder de las preguntas, incluso si la respuesta nunca pudiera ser hallada. Es la pregunta la que proporciona el camino espiritual hacia el asombro. Si ahora estás leyendo esto, tú también debes tener un cierto interés en tus intrincadas raíces espirituales y en el origen del ser humano. Bienvenida a un libro de historias de tu Placenta, del Árbol de la Vida, del Origen, del Chakra Olvidado. Aquí aportaremos luz a las funciones de la Placenta: fisiológicas, históricas y culturales. Si pensamos en la vida humana como si fuera una flor de loto en la que la Placenta es la raíz, el cordón umbilical el tallo y el bebé la flor y el fruto, quizás regando esa raíz en nuestros corazones podemos encontrar algún sentido a nuestras vidas.Alimentando eso de donde venimos podemos encontrar pistas de hacia dónde estamos yendo. En este planeta achacoso, en estos tiempos difíciles, abracemos nuestros orígenes y alimentemos nuestros potenciales para poder iluminar sanos y salvos nuestro camino de vuelta al hogar.

Fragmento de «La Placenta: el chakra olvidado» Robin Lim

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