Skip to main content

Cuando me fui por primera vez sola de viaje, me di cuenta que el moverme es mi naturaleza, de eso son ya más de 20 años. En el transcurso de ese tiempo he vivido en varios lugares.  He viajado sola, con amigas, con gente que conocí en los viajes, con familia, me mudé a varios lugares lejanos, volví, y he dado vueltas y vueltas….

Desde hace casi 13 años viajo y me muevo con mi marido, ahora nos acompañan en estas aventuras dos nómadas más, una de seis años y otra de nueve meses. Juntos hemos hecho planes, nos hemos ilusionado con nuevos destinos, hemos llorado en las despedidas y hemos armado y desarmado maletas y casas algunas veces.

Los últimos cuatro años vivimos en Alemania y fueron años de increíble introspección y autoconocimiento, cuando nos fuimos para allá llevaba en brazos a una bebé de 18 meses, cualquier experiencia de adaptación a un nuevo lugar, cultura e idioma fue muy distinta anteriormente. Llegar a un nuevo país y enfrentarse con una nueva cultura, sumado al aprendizaje de un nuevo idioma también desestructura, y te enfrenta a ti misma, así como estrenarte de mamá/papá. Mide la capacidad de adaptación y de abrirse a lo nuevo, de bajar la guardia y de reorganizarte.

Siempre me he considerado una persona que se adapta bastante rápido, pero con una niña en brazos y un marido estudiando su maestría con completa dedicación, la combinación de maternidad y migración ha sido en algunos momentos desoladora. A veces acompañada de una tremenda angustia y culpa. Me entran las dudas y no sé si la decisión que hemos tomado es la mejor, sobre todo para mi hija. El primer mes pasé casi sin salir, me costó aclimatarme, el cielo gris, los días cortos, la falta de sol, la falta de planes me tenía ahí encerrada con mi hija, ella de una energía inacabable, y yo sintiéndome Incapaz de enfrentarme con todos eso nuevos cambios.

 Ser mamá de una niña curiosa y con muchísima energía me sacó de la zona de confort, ella me fue enseñando como romper el miedo, como confiar en mí misma, ella confiaba plenamente en mí y de mi dependía su salud física, emocional de nutrir su curiosidad su desarrollo, su papá estudiaba todos los días incluyendo fines de semana. Así que era yo la encargada a tiempo casi completo.  Y, me di cuenta de la experiencia transformadora que estaba viviendo, había cambiado, ahí estaba yo frente a esta nueva persona: migrante y madre. Y sentí la necesidad de brindarle a mi hija momentos llenos de experiencias, y que no sienta tal vez eso que yo estaba sintiendo, las ausencias, la soledad, la distancia, el silencio, eso me hizo salir pronto de mi casa y mirar el mundo con otros ojos, vestida casi con otra piel.

Yo no me perdía un festival ni un evento infantil, ninguna lectura de cuento de la biblioteca local, sin importar el clima me tomaba cuantos buses y-o trenes sean necesarios para llegar ya sea a la granja, al teatro( así no entendiéramos nada), a la feria, o al parque, sentía una enorme responsabilidad de saciar sus necesidades y un gusto especialmente profundo por sentirme capaz y tan segura de mí misma. Con ella reviví el asombro de la niñez la oportunidad de las segundas primeras veces, y la verdad es que esta experiencia siento que me transformó para siempre.

Hasta hace cuatro meses vivíamos en Alemania, donde nació nuestra segunda hija, ahí vivimos los últimos cuatro años ahí quería criar a mis hijas me sentía en sintonía y disfrutaba mucho del estilo de vida; sin embargo, en ese tiempo también entendí que a pesar del esfuerzo por pertenecer y no ser tan obviamente extranjeros, lo éramos y eso afectaba a mi hija. Hace cuatro meses nos fuimos de ahí, con una bebé de seis meses en brazos y volvimos a empezar en la tierra de mi marido, donde yo sigo siendo inmigrante; y, llegamos a Tel Aviv con una bebé, de ahora nueve meses y sin mucho tiempo para adaptarnos nos agarró esta pandemia global obligándonos a un confinamiento y a quedarnos puertas adentro los cuatro. No se siente tan diferente de cuando llegamos a Alemania. Tiempo de introspección, de dudas, de miedo, de silencio y de trabajo inferno para transmitirles a ellas tranquilidad en este nuevo inicio.

A veces, cuando decaigo cuando presiento que quiero correr a mi casa (la de mi mami donde crecí, donde esta ella; sus brazos, su regazo) las miro a ellas respiro y agradezco. Ellas, mis dos maestras, que cada una con lo que es y con sus demandas me han enseñado mas que todo en esta vida, no puedo imaginarme mejores compañeras de aventuras y de vida.

Siento que no es nuestra última parada, vamos buscando un lugar para nosotros en el que quepamos los cuatro así como somos, un poco raros como me dijeron una vez.

Aunque en cada lugar que hemos estado los he sentido como hogar, yo me siento conectada a mi tierra, y siempre pienso en volver, (aunque sea para después querer irme), porque aunque siempre me ha resultado doloroso despedirme de los míos y elegir irme de su lado, se me hace facilísimo levantar las alas y volar lejos. Me duele en cada partecita dejar Quito y mis afectos, dejar una partecita de mi detrás, pero moverme es mi naturaleza. Es decir, vivo constantemente en una dualidad que aparentemente no me va a dejar nunca.

Daniela Granja

Abrir chat
1
💬 ¿Necesitas ayuda?
Hola 👋
¿En qué podemos ayudarte?