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“Quiero ser mamá” es sin duda una frase que la decimos muchas mujeres, pero a veces no basta con decirlo, sino hay que considerar un montón de circunstancias que están a nuestro alrededor que nos impiden cumplir ese deseo.

Siempre supe que quería ser mamá, pero la vida me llevo a cumplir muchas metas, personales y profesionales, antes de conocer a una persona con quien pudiera cumplir ese sueño dentro de una familia especial.   Una de las razones por las que me enamoré de mi esposo fue porque compartía conmigo el deseo de tener hijos y de hecho a los pocos meses de casados comenzamos a buscarlo.  Enseguida dejé de cuidarme, pero no vino el embarazo. Me cambié de ginecólogo a uno «supuestamente» con más experiencia pero fue una pérdida de tiempo, de energías y dinero.  Iniciamos un tratamiento con inyecciones para estimular la ovulación, pero no funcionó.

Desde ese momento, me di cuenta que no sería tan fácil y también que no estaba preparada para vivir esa experiencia. Desde ahí comencé a pensar y martirizarme con el tema de la fertilidad, a llenar mi cabeza de expectativas, deseos, desilusiones, comienzos. Empecé a ver precios, a analizar fechas, a pensar si mi esposo iba a mantenerse a mi lado en este proceso y en definitiva a pensar si algún día sería mamá.


Decidimos nuevamente cambiar de doctor a uno especialista en fertilidad. Luego de visitar tres médicos nos quedamos con el que nos dio mayor confianza y tuvo más don de gentes, algo muy necesario en este proceso.  Nos hicimos todos los exámenes posibles, esos exámenes tan complicados de pronunciar y procedimientos tan incómodos que pasar, hasta llegar a la conclusión de que tanto mi esposo como yo estábamos físicamente bien y que por tanto era “infertilidad idiopática o por causa desconocida”, ¿sabían que ese tipo de infertilidad existía?, yo no.

Hicimos tres intentos de inseminación artificial y ninguno funcionó. Luego intentamos fecundación in vitro. En septiembre de 2016 me extrajeron los óvulos, todo salió bien y al mes siguiente intentamos la primer in vitro. No funcionó y puse fe en la segunda. En enero de 2017 lo intentamos de nuevo. No funcionó y fue ahí cuando me desplomé. Había llorado tanto durante todos esos años, cada inicio del periodo era una decepción, pero el haber intentado esa in vitro y recibir el examen negativo me hizo entender que era la prueba más dura de mi vida, fue cuando pensé que nunca podría ser mamá de forma natural. 

Después de un mes de “descansar” intenté acupuntura. Todo estaba bien en mi cuerpo, pero algo no cuadraba. Eso me ayudó, no se si físicamente, pero si emocionalmente, me ayudó a levantarme nuevamente y tener fe. Mi esposo por su parte vivía su propia lucha, me apoyaba a mi, pero él también necesitaba apoyo, fue cuando buscó ayuda psicológica.

 
En mayo de 2017 intentamos la última opción de in vitro, con mis últimos dos óvulos congelados. De la foto de laboratorio se veía que solo uno estaba completo. Encargué ese último intento a Dios y 8 meses después nació mi Samuel (prematuro, si, pero bien, esa es otra historia).


Ahora, me estoy llenando nuevamente de fe, mi esposo y yo estamos sanos pero no quedamos embarazados de forma natural, no es tan duro como hace 4 años, pero siempre pienso y ruego a Dios por un milagro. No descarto volver a intentar algún tratamiento de fertilidad, de hecho hay que ahorrar para hacerlo, pero dentro de mi quiero, busco y sueño porque sea sin tratamiento. Espero algún día contarles si lo logré.

Comparto mi historia como un ejemplo de fe, amor conyugal y persistencia para las parejas que pasan por esta búsqueda para quedarse embarazadas, que en el proceso me di cuenta que son muchas. 

Ana María Cobo

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